La imagen del poder: el retrato del conde de Aranda del Museo de Huesca

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Pedro Pablo Abarca de Bolea. Ramón Bayeu. Óleo sobre lienzo.1769. NIG. 03569. © Foto Fernando Alvira. Museo de Huesca.
Pedro Pablo Abarca de Bolea. Ramón Bayeu. Óleo sobre lienzo. 1769. NIG 03569.
© Foto Fernando Alvira. Museo de Huesca.

El 1 de agosto de 1719 nacía entre los muros del desaparecido castillo de la villa oscense de Siétamo, Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, a quien de entre los 23 títulos nobiliarios que ostentó se le conoce por su título principal, el de X Conde de Aranda.

Se trata de una de las figuras señeras que ha dado Aragón vinculadas a la historia de España, cuya trascendencia e importancia se manifiesta en numerosos ámbitos. Prototipo de noble ilustrado del siglo XVIII, loado por Voltaire. En su fecunda y dilatada carrera sirvió a cuatro monarcas españoles: Felipe V, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV. A su servicio alcanzó como militar, tras pasar por las campañas italianas del reinado de Felipe V, el grado de Comandante en jefe en la campaña contra Portugal en 1762 para ser posteriormente nombrado Capitán General de los ejércitos, el grado militar más elevado en la España borbónica.

En su dilatada carrera política cabe destacar su cargo como embajador en los reinos de Portugal, Polonia y Francia. También fue Decano del Consejo de Estado y Presidente del Consejo de Castilla, el máximo órgano de gobierno, donde sofocó el Motín de Esquilache y expulsó a los Jesuitas de todas las posesiones de la Corona Española. Su labor ilustrada se plasma en el impulso a la Real Fábrica de Loza y Porcelana de Alcora, de su propiedad, y al Canal Imperial de Aragón.

Su importante trayectoria política se vería truncada en el reinado de Carlos IV tras un enfrentamiento con el valido Godoy. Este desencuentro provocó su destitución y destierro de la Corte, primero en Granada y posteriormente en sus posesiones de Épila, donde fallecería en 1798.

Entre nuestros fondos contamos con un gran retrato de aparato de este personaje que se exhibe en la sala 7 de nuestra sede. Se trata de una de las obras capitales de nuestra colección, que se ha convertido en la representación “oficial” del X Conde de Aranda y como tal fue la imagen de la gran exposición que se celebró en Zaragoza en 1998, con motivo del segundo centenario de su fallecimiento.

Esta pintura fue encargada por la Universidad Sertoriana, fundada por Pedro IV de Aragón en el siglo XIV, que ocupaba parte del inmueble de la actual sede del Museo de Huesca. Esta institución académica quiso honrar en el siglo XVIII al noble aragonés con su reconocimiento para que su retrato se exhibiese en el conocido como Teatro, Paraninfo donde se llevaban a cabo los actos más solemnes de esta institución y donde se plasmó un programa iconográfico con la exaltación de figuras insignes vinculadas con la Universidad.

El conde de Aranda, en esta obra de gran formato (276 x 196 cm), aparece representado como militar. Viste el uniforme de Capitán General a la moda del siglo XVIII: con calzón, chupa, casaca, corbatín, fajín, espadín y la orden del Toisón de Oro como única condecoración sobre el peto de la coraza. Con una de sus manos ase el birrete y la toga del Grado en Leyes, de color rojo, que le otorgó la Universidad. Con su otra mano empuña el bastón de mando. A sus pies aparecen representados diversos elementos que aluden a su condición de artillero y de ingeniero militar. Al fondo, debajo del cortinaje, un globo terráqueo puede simbolizar su faceta de embajador en diferentes reinos.

Se trata de una sobresaliente muestra del retrato cortesano del siglo XVIII que cuenta con el añadido de conservar el marco original de la época. Esta obra fue encargada en 1769 a un joven y prometedor artista de 23 años, Ramón Bayeu; figura oscurecida por varias circunstancias, como fueron su temprano fallecimiento, pero también por ser el hermano menor del pintor Francisco Bayeu, del que fue colaborador en numerosos encargos, y cuñado de Francisco de Goya, casado con su hermana Josefa Bayeu. Sin embargo, pese a su juventud y abordar una obra ciertamente compleja por dimensiones y por la importancia de la figura retratada y dado el poder político que ostentaba en el momento de su realización, no cabe duda que el joven pintor consiguió una de las obras más sobresalientes de su carrera. Demostró su destreza para el retrato de aparato y consiguió el difícil equilibrio de aunar una fidedigna y equilibrada representación del noble aragonés, dentro de un marco suntuoso, donde los elementos simbólicos contribuyen a elevar y subrayar la categoría del retratado, figura capital de nuestra historia.

Fernando Sarría Ramírez

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