Continuamos con nuestros reflejos, esta vez de la mano de José María Lanzarote Guiral, licenciado en Historia por la Universidad de Zaragoza y doctor por el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Fue, además, comisario de la exposición Valentín Carderera. Dibujante, coleccionista y viajero romántico celebrada en la Biblioteca Nacional de España, del 27 de septiembre de 2019 al 12 de enero de 2020.
Cuando le pedimos a José María Lanzarote reflejar sus vivencias en nuestra sección #ReflejosdelMuseo no dudó ni un momento en dar una respuesta afirmativa. Su disposición no se limita estos entrañables recuerdos que hoy compartimos con vosotros, ya que Chema Lanzarote siempre está dispuesto a colaborar con nosotros. Una vez más, agradecemos su disponibilidad y os invitamos a leer sus reflejos, ahora también nuestros.
Reproducimos íntegramente su relato:
La momia de un pez del Nilo
Cuando preguntan a los niños a la salida de los grandes museos arqueológicos qué es lo que más les ha gustado, una respuesta habitual es “las momias egipcias”. Eso mismo hubiera podido responder yo de pequeño, cuando mi padre me llevaba al Museo de Huesca los domingos por la mañana, porque ahí también las había, aunque de reducido tamaño, como la momia de un pez del Nilo que compartía vitrina con escarabeos, ushebtis y figurillas de bronce. Entonces también disfrutaba con las maquetas que ilustraban momentos de la vida en la prehistoria, como la caza en el paleolítico, los abrigos con arte rupestre o el enterramiento en un dolmen.
Las visitas al museo, junto con las historias de Astérix, los libros y documentales alimentaron mi interés por la arqueología y con 18 años me matriculé en Historia en la Universidad de Zaragoza. Aunque nunca fui a excavar a Egipto (Chipre es lo más cerca que estuve), durante los años de la carrera participé en proyectos vinculados al Museo de Huesca, como las excavaciones del yacimiento de La Codera, en Alcolea de Cinca, que dirigía Félix Montón, entonces presidente de la Asociación de Amigos del Museo. También participé en una de las últimas campañas en la cueva de Chaves que dirigió su director Vicente Baldellou en 2006, antes de su destrucción.
De los veranos de excavación, además de unas cuantas fotos que dan testimonio del paso del tiempo, conservo amigos y compañeros. Por entonces conocí a Pedro Ayuso, ahora jubilado, que sigue siendo la memoria del museo, y a María José Arbués, toda una profesional al frente del laboratorio de restauración. De todos ellos he aprendido y he recibido sabios consejos (como el de preparar las oposiciones).
Con los años, mi interés por la arqueología se amplió a la historia (si es que no son lo mismo) y cuando comencé a estudiar los dibujos de monumentos de Valentín Carderera, me dirigí de nuevo al Museo de Huesca, que este artista contribuyó a fundar y donde se conserva una parte de su legado. A lo largo de mi investigación he recurrido muchas veces a su personal: Julio Ramón, María Paz Cantero, Ana Armillas, Fernando Sarría o María Alonso han atendido mis consultas y facilitado mi trabajo, y si no acudí más a ellos fue porque encontré en CERES la respuesta a parte de mis dudas.
Hace un año, en enero de 2020, tuve el placer de intervenir en el curso para docentes que el Museo del Prado organizó con el Museo de Huesca, con una presentación sobre Carderera. Se celebró en la capilla de la antigua Universidad Sertoriana, a la vista de algunas de las obras que el propio Carderera donó al museo en el momento de su creación, como las tablas de Sijena. Con la perspectiva de los años pienso que, si no hubiera tenido la oportunidad de recorrer sus salas junto a mi padre cuando era un niño, es probable que no hubiese tomado muchas de las decisiones que han ido marcando mi vida profesional, ni habría aprendido a apreciar el enorme valor de las colecciones que conserva y difunde.