Continuamos esta sección con las palabras de Vito Sanz, actor oscense protagonista de series y películas como “Vergüenza”, “La Virgen de agosto”, “Casi 40” , “María y los demás” o “Las leyes de la termodinámica”, por citar algunas.
Nos cuenta que al recibir nuestra propuesta, se entusiasmó y este es el relato que nos ofrece, con su particular punto de vista, y que reproducimos en su integridad:
Me cuesta recordar
Me cuesta recordar si llovía o hacía calor. El suelo empedrado de Plaza Universidad y las escaleras de la entrada estaban húmedas. Llovía. Creo. O había llovido. Sé que llevaba una bata blanca o azul. ¿En el colegio de Prácticas las batas eran blancas o azules? No importa, llevaba bata. Creo que el colegio se llama de otra manera ahora. ¿Colegio ‘El Parque’? Antes, también se llamaba de otra manera. De dos maneras. ‘Prácticas’ y ‘Normal’. Bueno, da igual, sé que fui al museo con el colegio. Eso seguro. Recuerdo tocar las piedras de la fachada y de la portada barroca. Eso lo sé porque me limpié en la bata los restos de arenisca húmeda de mis manos. Era blanca. Estoy seguro, sí. Recuerdo la cara de mi madre al verme. Tensa y petrificada. Petrificada en la tensión, me gusta más. Bueno, cabreada. Era blanca, segurísimo. Aunque, creo que era mayor para llevar bata. Qué importa… era blanca, seguro.
El patio lo recuerdo con árboles y una fuente pequeña. Me gustaba la sensación de estar dentro del patio con cipreses. Era un interior-exterior. No como el claustro de San Pedro. Otro interior-exterior. Pero eran muy de piedra, muy grueso. Lo tengo muy presente en mi vida. Lo vi todos los días durante 17 años. Al abrir las ventanas y contraventanas de mi cuarto. Allí estaba contundente, recio, histórico. Y me gustaba, me hacía compañía. El patio del museo era más barroco, con su estilo sobrio y severo, y sus árboles puntiagudos. Era un interior-exterior, pero con cipreses, sin tumbas y con columnas toscanas. Creo.
Me imaginaba a Ramiro II el Monje paseando por allí. Da igual que el patio sea del año 1690. Yo me lo imaginaba caminando y pensando. Maquinando qué hacer con los nobles. “¡Qué alparceros los nobles!”, “¡Qué pesados!”. Con sus títulos, sus trajes, su actitud altiva. “¡Qué pesados los nobles!”, pensaría. ¿O no? He intentado recordar la historia de la campana de Huesca. ¿Quién me la contó? Quizá mi tía, mi padre, o la profesora antes de la excursión al museo. Para contextualizar. Para que supiéramos qué es un museo, pero también un palacio. Que el museo vino después del palacio. Porque el año 1690 es después del siglo XII. Y en el palacio adherido pasó lo de la campana de Huesca. Lo del cuadro de José Casado del Alisal. Ese cuadro lo recuerdo. No recordaba el nombre. El nombre lo he buscado en la web de museo que me pasó María José por un WhatsApp: «Museodehuesca.es con minúscula al principio». Lo vi y recuerdo que me impresionó. ¿Dónde lo vi? Creo que en el museo. O en un libro. O en un póster en el despacho de mi padre, no sé, pero sé que lo vi. Lo vi y flipé. “¡Joder, qué es esto!”, pensé.
Las cabezas tiradas y los nobles que ya no eran tan alparceros, ni tan pesados, ni tan altivos. Y el perro de Ramiro II El Monje. En tensión. En guardia. Frenado por su dueño con una correa negra de cuero con cosas metálicas. Y la actitud de Ramiro con el brazo y la mano abierta recibiendo a los nobles. Con una actitud como diciendo: “¡Esto es lo que pasa por ser alparceros!” ¡Para, para! Así no me contó la historia la profesora, seguro.
¿Qué más pasó? Recuerdo pasear por las salas. Doña Petronila, del Trono, la Campana. Y recuerdo las típicas llamadas de atención. “¡No se toca, por favor!”. Perdón. Comentad parecidos razonables. Cristian se parece a Valentín Carderera pero sin patillas e Isabel a Alfonso XIII, pero con bigote. “¡Silencio, vale ya de charrar que no estáis en el patio!”. Y nos juntaron a todos para pasar a la sala de la Campana. “¡Chicos, esperad todos aquí y en silencio, por favor, cuántas veces tengo que repetirlo!”. Recuerdo esperar para entrar en la sala. Acojonado y con el culo cerrado. Pensé que prefería estar en el patio con la fuente, los arbolitos puntiagudos y no allí, cagado, esperando a ver la sala del perro de Ramiro, las cabezas de los nobles ensangrentadas con gesto desencajado, seco, muerto. “¡Tira para delante, quió!”. Perdón, Isabel. “¡Qué acojone por Dios!”, pensé.
Recuerdo asomarme, sacar la cabeza por la puerta como hicieron los nobles del cuadro. El frío de la sala. El eco de la explicación del profesor o el guía. Qué se yo. El olor a humedad. Me falta algo. Sé que olvido algo. ¿Seguro? ¿Qué es esto? ¿Un texto disgregado, sin sentido, que solo yo entenderé? Tranquilo, no te pongas nervioso. ¿Quién soy yo? No, no, te estás poniendo nervioso. ¿Quién soy? Para, por Dios. Me estoy poniendo muy existencial. ¿Me llamo Victorio Sanz o Vito Sanz? Victorio, en mi DNI pone Victorio. Soy Victorio. Eso está muy bien. Una cosa menos. Estoy tranquilo. Sé que nací en Huesca. Eso seguro que lo sé. Tranquilo. Y sé y puedo recordar que las salas, los cuadros, los bustos, el patio. En definitiva, el Museo de Huesca me contaba a mí a través de todos los oscenses. Eso lo entiendo, lo entendí. Entendí el valor de poder recordar bien, de la importancia de la historia, de la memoria. De la importancia del museo para que como sociedad no nos pase como me ha ocurrido a mí con esta historia y, al final, nos olvidemos hasta de nosotros mismos.
[Vito Sanz]
Gracias Vito por tu colaboración que… ¿podría ser el comienzo de un guion? Todo es ponerse. Ven cuando quieras al museo a rememorar todo lo que nos has contado. El Museo de Huesca siempre deja un poso. Te esperamos.