La creencia de una vida en el más allá y el recorrido que llevaba a ella, favoreció la presencia de amuletos protectores en el Antiguo Egipto. Fueron especialmente numerosos aquellos que se vinculaban con los escarabajos, un insecto al que, por su capacidad de renacer de la tierra, se consideraba dotado de un simbolismo especial propiciatorio, que se vinculaba a la regeneración vital y a la autoprotección mágica tanto para los males de los vivos como de los muertos.
La mayor parte de estos amuletos han sido hallados en contextos funerarios y las fuentes documentales referidas a los mismos, también se corresponden con textos de carácter funerario como “El libro de los Muertos”. En él aparecen numerosas referencias al uso de amuletos, sus materiales, color, así como también la inclusión de indicaciones sobre cómo y dónde tenían que colocarse sobre el cuerpo para potenciar su eficacia.
Este escarabeo alado, frecuente en la iconografía del Reino Nuevo egipcio, se colocaba a modo de pectoral o rodeando el cuello de los difuntos ya embalsamados, como símbolo protector de la vida y de la resurrección, lo que se combinaba con funciones protectoras de las divinidades solares del panteón egipcio.
Realizado en fayenza, tiene unas dimensiones de 14,5 x 6,4 cm.