Con motivo de las medidas de contingencia adoptadas por el Gobierno de Aragón en relación al COVID-19, los Museos de Aragón permanecieron cerrados temporalmente. Sin embargo, su actividad virtual continuó al servicio del público. Durante ese tiempo, en que muchos de nosotros, trabajadores y visitantes, no pudimos ir al Museo de Huesca, sentimos la necesidad de transmitiros, a través de esta página web, distintas sensaciones. También quisimos saber cómo nos veíais vosotros desde fuera. Por ello, preguntamos a diferentes personas relacionadas con Huesca, con nuestro museo y con nosotros, por qué no – al fin y al cabo somos el factor humano del centro –, para que nos contasen sus sensaciones y sus recuerdos del Museo. Comenzamos una sección en la que fuimos publicando su sentir con respecto a nuestro museo, tal y como denominamos, el “reflejo del museo”.
Ahora, aunque en su día dimos por concluida esta sección, queremos recuperar vuestra visión, sentimos la necesidad de continuar contando con esos “reflejos” que hacemos nuestros.
Reinauguramos esta sección celebrando además con ella la Semana y el Día Europeo de la Conservación y la Restauración. Y quien mejor para hacerlo que nuestra querida compañera Ana Belén Serrano Cored, restauradora y educadora, trabajos que compagina a la perfección ya que su amor y dedicación a arte se refleja tanto en la forma de restaurar las obras con sumo cuidado como en la manera de trasmitir ese mimo y entusiasmo por las mismas a quienes día tras día aprenden con ella los misterios que esconden esas obras de arte.
“Muy emocionada, muy nerviosa, muy reflexiva pero sobre todo, muy feliz, así me siento al pensar en cómo poder plasmar (y que no me está resultando fácil) en unas líneas todo lo que siento por el museo.
El día que entro es toda una aventura, como dice mi hija “el museo está lleno de aventuras”, aventuras que con el tiempo se convierten en recuerdos. Recuerdos que se agolpan en mi cabeza, desde un olor, sí, he dicho olor, mi primer recuerdo huele a naranjos desde que visité una exposición dedicada al Al-Andalus, debía tener la edad de… mejor no lo digo. Enseguida pensé que bonito sitio para realizar una exposición, los restos de un Palacio Real, ni más ni menos que en un Salón del Trono, cargado de historia, por aquel entonces ya me gustaba mucho el arte, la historia pero sobre todo las leyendas y así es como empezó mi andadura como restauradora y educadora en el museo muchísimos años después, con la leyenda más conocida de Huesca, la leyenda de “La Campana de Huesca”. ¡Cómo me gusta asomarme en su sala! Y más acompañada con niños y niñas, ver sus caritas de asombro, a veces hasta de miedo, guiarles luego hasta el gran boceto que se conserva y contarles que ese fue uno de mis primeros cuadros que restauré en el Museo de Huesca. Sus ojos aún se hacen más grandes, sorprendidos de mi profesión no paran de hacer preguntas y eso me encanta porque me da la oportunidad de poder transmitirles lo importante que es entre todos conservar parte de nuestra historia, explicarles que como profesional tengo que ser invisible ante las obras de arte, respetar la obra y a su autor, pero donde nos lo pasamos muy bien es cuando cuento lo anecdótico de cada obra, el trasiego que ha llevado cada obra, su historia material porque nos hace valorar más aún la obra de arte.
En cada sala tengo la suerte de poder contarles no solo historias sino los muchos secretos que esconden las obra, por ejemplo el significado de un lirio, el color rojo de una túnica, hasta como se elimina un barniz para recuperar el tono original, o como se reintegra una laguna por medio del rigatino, como se puede analizar un trocito minúsculo de pintura en un laboratorio y así saber los diferentes estratos que posee y su cronología, y, hasta explicarles como dorar un marco enorme como el que tiene el retrato de “El Conde de Aranda” de Ramón Bayeu. Siempre se descubre algo nuevo.
Disfruto cada rincón del museo, desde el patio, donde hace unos meses se podía pasar de la calma al griterío de los colegios, desde la fuente de “Eros y el delfín”, en la sala de Roma, imaginando cómo funcionaba, desde la explosión de color de “La feria” de Ramón Acín, siendo el favorito entre los niños y niñas, desde la sala de didáctica donde se huele la creatividad, y porque no, hasta el montacargas que tantos sustos nos ha dado en alguna ocasión…voy enumerando espacios y observo que ¡me es imposible elegir un espacio favorito! Pero es cierto que el espacio donde genero más recuerdos, es en el espacio que con todo el cariño me preparan para poder restaurar. Ahí, espero ansiosa la llegada de un lienzo, una tabla, observo detenidamente todo detalle, trabajando desde el criterio de la mínima intervención para recuperar parte del patrimonio cultural, parte que queda expuesto y parte que se conserva en los almacenes de Arqueología y de Bellas Artes.
Como veis, tengo suerte, mis recuerdos del museo son aventuras, porque el poder adentrarme en las entrañas de una obra ya os digo que ¡es toda una aventura! Pero también son experiencias, educación, juego, aprendizaje, personajes históricos, restos arqueológicos, pinceles, disolventes, espátulas, óleos, temples, acuarelas, pero ante todo, entusiasmo, compañerismo, cercanía, humanidad, humildad, confianza, abrazos, lágrimas, risas…y un sinfín de emociones por lo que solo me queda decir GRACIAS a todos (los que están y los que ya no están) por darme la oportunidad de trabajar para este pequeño gran museo.»
Gracias a ti Ana Belén por estar siempre ahí, demostrando tu profesionalidad y contagiando tu entusiasmo y alegría.